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miércoles, 4 de mayo de 2016

EL MANTO TERRESTRE



EL MANTO TERRESTRE

El manto es una capa interior de un planeta terrestre o de algunos otros cuerpos planetarios rocosos. Para que se forme un manto, el cuerpo planetario debe ser suficiente grande para haber pasado por el proceso de diferenciación planetaria en términos de la densidad. El manto se encuentra arriba del núcleo y abajo de la corteza. Los planetas terrestres (la Tierra, Venus, Marte y Mercurio), la Luna terrestre, dos de los satélites de Júpiter (Ío y Europa) y el asteroide Vesta tienen cada uno un manto hecho de roca de silicato.
La corteza esta formada por placas más o menos rígidas que se apoyan o flotan sobre un material viscoso a alta temperatura que, a veces, sale a la superficie a través de volcanes y que contínuamente fluye en las dorsales oceánicas para formar nueva corteza.

A unos 3.000 km de profundidad se encuentra el núcleo de la Tierra, una zona donde predominan los metales y que, lejos de resultarnos indiferente, influye sobre la vida en la Tierra, ya que se le considera el responsable de la mayoría de fenómenos magnéticos y eléctricos que caracterizan nuestro planeta.
El manto y el núcleo son el pesado interior de la Tierra y constituyen la mayor parte de su masa.
El manto terrestre
El manto es una capa de 2.900 km de grosor, constituida por rocas más densas, donde predominan los silicatos.

A unos 650-670 km de profundidad se produce una especial aceleración de las ondas sísmicas, lo que ha permitido definir un límite entre el manto superior y el inferior. Este fenómeno de debe a un cambio de estructura, que pasa de un medio plástico a otro rígido, donde es posible que se conserve la composición química en general de toda la zona.

La corteza continental creció por una diferenciación química del manto superior que se inició hace unos 3.800 millones de años. En la base del manto superior la densidad es de unos 5.5 gramos por centímetro cúbico.


En la zona superior se producen corrientes de convección, semejantes al agua que hierve en una olla, desplazándose de la porción inferior, más caliente, a la superior, más fría. Estas corrientes de convección son el motor que mueve las placas litosféricas.